Este fin de semana, me voy a entregar a los sentidos. Al frío en la piel, al calor, al tacto, a la luz del atardecer, a la lluvia en la cara, al aire fresco entrando en los pulmones mientras corres aceleradamente por las colinas de un parque, a la sensación agradable cuando sacas la mano por la ventana del coche camino de la capital de Virginia. A los besos. Al sabor del cangrejo en un pastel. Al dolor en el bajovientre cuando te ries demasiado. A "meterme" en la película. A abrazar a los amigos. A dejar que el chorro de la ducha caliente masajée el cuello. A andar descalzo, y a no poner el despertador. A llamar a "casa" y olvidarme de la distancia. A sonreir a los desconocidos. A buscar, claro, el amanecer en medio de la noche.
"¿Te imaginas si colgáramos una pancarta aquí?" me decía Javi mientras tomábamos un café en el FMI. Hoy había leido en el Economist que van a deshacerse de 390 economistas (15% de la plantilla), y apostillaba que "para los outsiders, es difícil resistirse a una irónica sonrisa. Los dispensadores de la rectitud fiscal están finalmente teniendo que tragarse su propia medicina". "Pondriamos: '¡Compañeros del metá! ¡Lucha contra el despido injustificado!' Qué gran pancarta, ¿no?", mientras seguíamos riéndonos del destino de los excesivamente pagados empleados del Fondo. Y es que se han quedado sin trabajo. Sólo el gobierno turco representa un 60% de su negocio, y claro, con eso no da ni para pipas. La vida es irónica... y sonreimos.
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Fait accompli!